lunes, 8 de abril de 2013

Naturaleza



Aún tengo las rodillas peladas del roce de la tierra...
No entiendo como me dejé convencer para terminar tirados en aquel bosque alejado de la mano de Dios. Recuerdo como entre risas y juegos de miradas me cogiste de la mano y me sacaste de aquel bar, y huimos de aquel bullicio en tu coche. Yo pensaba que me llevarías a tu casa, o quizás a alguna calle oscura. Quién me iba a decir a mí que te saldrías del pueblo, y seguirías aquel camino hasta llegar a ese bosque oscuro que más que morbo me daba miedo. Paraste el coche, me besaste suavemente en los labios y seguidamente me hiciste un gesto para que me bajase del coche. Me negué, tenía miedo y no me apetecía nada hacerlo en aquel bosque. pero tú diste la vuelta, abriste la puerta afirmando que no pasaba nada y me sacaste del coche en tus brazos. Paramos delante de un árbol y me apoyaste sobre él para empezar a besarme y a acariciarme los pechos. Yo oía muchos ruidos que me provocaban pequeños sustos y tú me acariciabas el pelo mientras me susurrabas al oído que estuviese tranquila, que tú estabas ahí para protegerme. Ese rollo de niña inocente asustada te debió gustar mucho porque no tardé en notar tu erección contra mí.
Me quitaste el vestido mientras me repartías besos por el cuello, el escote... No hizo falta nada más que desabrocharte el botón y la cremallera de los pantalones para que te los quitases junto al bóxer... Me agarraste por el culo y me subiste contra el árbol para penetrarme. Empezaste muy suavemente para luego darme mucho más duro poco a poco. Mi boca te susurraba los suspiros de placer mientras te acariciaba con la lengua y te pegaba pequeños mordisquitos en el lóbulo de la oreja. Entonces me bajaste y ten sentaste en el suelo con la espalda apoyada en el árbol y me sugeriste que me sentase encima de ti. Me abrí de piernas y me puse mirando hacia ti. Me movía ágil mientras te golpeaba la cara con mis pechos te pedí que me dieses unos azotes. No tardaste mucho en llegar al orgasmo. A mí me faltaba un poco, pero me volviste a coger en brazos, me apoyaste contra el capó del coche, me abriste las piernas y empezaste a usar tu lengua solo como tu bien sabes. Mis suspiros despertaron a todos los animalillos de aquel bosque a la vez que resonaban las patadas que daba contra el capó...

Sabes que siempre voy a ser esa niña asustadiza que hay que castigarla con unos azotes para que se porte bien...

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